viernes, 2 de septiembre de 2011

DAVID Y EDUARDO. (Junio 2011)


DAVID Y EDUARDO.


Teatro Lara.

Autor: Lionel Goldstein.

Versión y dirección: Ángel Fernández Montesinos.

Intérpretes: Fernando Conde y Juan Gea.


DELICIOSO ENCUENTRO

Dos hombres se conocen en el adiós de una mujer. Florence Halpern, esposa de David Halpern (Fernando Conde) ha muerto. En el momento del entierro, cuando el reciente viudo pide a su familia un momento de intimidad, se da cuenta de que no está solo ante la tumba de su esposa. Un hombre que lleva en sus manos un ramo de flores blancas se dirige hacia el lugar donde descansa “Flo” (como llamaba a su mujer). Ambos se conocerán, cruzarán unas palabras repletas de incógnitas… Más aún cuando el desconocido caballero le entregue al viudo una tarjeta y le pida, casi le exija, que vuelvan a encontrarse…

…Pasadas ocho semanas, ambos hombres se citan en Central Park. El extraño caballero, Eduardo Johnson (Juan Gea) resulta ser el primer amor de “Florence” como éste la llama. Un amor que nació antes de conocer a David, su futuro marido, y que se mantendrá a lo largo de cuarenta años. En ese segundo encuentro ambos hombres discuten, comparten la intimidad que respiraron junto a una mujer que resultó ser una desconocida para su propio esposo. Descubren que quizá una decisión errónea marcó sus vidas. David se siente traicionado, engañado… Para posteriormente reconocer que no fue del todo legal con una mujer que paradójicamente coleccionaba pares de guantes. En un momento dado comentará exaltado: “¡Habrá llegado a tener más de doscientos pares de guantes!”… Eduardo se sentirá humillado al descubrir que a finales de los años sesenta el marido del amor de su vida tuvo una amante, “la común historia entre el jefe y su secretaria”. Una historia que duraría tres años, porque ella dejó a David, quien recordará que un año más tarde regresaría para despedirse definitivamente y decirle que se casaba con otro hombre cuyas manos le recordaban a las que la amó tres días a la semana, sobre las cajas de cartón del almacén de la fábrica en la que los dos trabajaban…

Tras desencuentros verbales y emocionales, ambos hombres terminan admitiendo sus errores… Quizá el amor los visitó, quizá les dio la mano durante un momento, pero ninguno de ellos siguió sus huellas… Tal vez la costumbre, las normas sociales y familiares, las convenciones, el qué dirán... Obligaron a que los dos protagonistas y el nombre que planea durante toda la obra optaran por llevar una vida repleta de insatisfacciones y sueños incumplidos…

“David y Eduardo” es una obra deliciosa… Una obra que está impregnada de un humor sutil y absolutamente tierno. A lo largo del texto el autor deja sueltos ciertos detalles que nos revelan los sentimientos del tercer personaje, mientras David y Eduardo hablan de sus propias emociones. En un momento David, el marido “ultrajado” dice algo que quizá teme, y es que lo que hubo entre su mujer y Eduardo no fue una amistad incondicional, fue Amor… por parte de Eduardo está claro, pero ¿qué sentía Florence?... En ningún momento se nos dice de una forma clara y diáfana… Pero es el Amor el que hace que una pareja o dos parejas tengan su canción… es el Amor el que de una forma platónica o no, hace posible que una “amistad” perdure durante cuarenta años, con seis encuentros cada trescientos sesenta y cinco días…

Lionel Goldstein sí nos dice lo que sentía Florence por Eduardo… Pero, es el espectador el que tiene que atar cabos para descubrirlo… ¿Era la fallecida una caprichosa porque “coleccionaba” guantes?... ¿Qué tenían de particular los guantes?... Según le confiesa Eduardo a David, tras su matrimonio, ella no le permitió más que besarle la mano “enguantada”… Ése y no otro era su contacto físico… Y el beso se lo llevaba el guante… El guante que seguramente tras el encuentro, guardaba celosamente en su caja… atesorando así el beso del amor de su vida… Seguramente no volvía a ponerse ese guante… para no borrar las huellas del único contacto físico que se permitía con el hombre al que siempre amó…

Fernando Conde y Juan Gea hacen magia sobre un escenario casi desierto. Una pantalla donde se proyectan las imágenes de un cementerio y posteriormente de Central Park. Un banco, una mesa, unas sillas… Y para terminar una lápida con la forma habitual porque su marido no encontró una con forma de guante… No es necesario nada más, nunca se necesita más cuando el texto, los actores y el director son de tanta calidad.

Sin duda, “David y Eduardo” es una obra deliciosa, una joya que la compañía de Fernando Conde ha sabido cuidar eligiendo lo mejor para llevarla a escena…

Sofía Basalo.

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