viernes, 29 de julio de 2011

IRREDENTAS (Febrero 2010)


IRREDENTAS. (COMPAÑÍA TEATRAL QUENOSETEOLVIDE)

Teatro Auditorio Federico García Lorca de Getafe.

Autora: Victoria Herrera.

Director: Maximiliano Prioriello.

Intérpretes: Lara Belenguer, Rebeka Biguria, Miriam Correa, Victoria Herrera y Gloria Villalba.

FALLIDA HISTORIA DE MUJERES.

Es hermoso presenciar un proyecto elaborado con pasión, ilusión y entrega. Es admirable la labor de alguien que se esfuerza por hacer realidad un sueño dedicado a todos aquellos que no pudieron soñar, a todos aquellos a los que impidieron soñar… Aún así, no debemos dejarnos llevar por la emoción, por lo que puede haber detrás de un trabajo, detrás de unas palabras, detrás de un hecho que tuvo lugar en la España de 1939. Cuando la guerra civil terminó y las cárceles comenzaron a llenarse de seres humanos sin redención alguna…

Cinco mujeres protagonizan esta función. Tres de ellas encarceladas; sometidas a las torturas de una monja y de una funcionaria de prisiones, ambas con sus contradicciones, traumas y debilidades. Éste quizá es un punto más que interesante. La autora nos ayuda a comprender a estas dos mujeres. A una monja cuya vocación nace del hambre, de la escasez, de la necesidad, de la miseria, cómo no entender que una niña hambrienta y medio abandonada viese a Dios en los hábitos de una “Sor” que le dio la vida por segunda vez al acogerla en su convento… De igual manera comprendemos a una funcionaria de prisiones llena de resentimiento, de odio, de miedo hacia sí misma y sus sentimientos. Llena de presión por parte de unos padres que desoyeron sus deseos; traumatizada por las risas burlonas y crueles de unas compañeras indeseables… Una mujer que no sabe por qué siente atracción por una niña, por una presa a la que cuida con esmero, a la que evita torturar, a la que evita más dolor en una cárcel que ella contempla como su pasada prisión colegial…

Maximiliano Prioriello ha hecho un buen trabajo de dirección. Las intérpretes no realizan mal su trabajo, sin embargo su capacidad vocal es deficiente… el espectador tiene que hacer un denodado esfuerzo por escuchar las voces, las palabras, el texto de una obra que cuenta con un valor sentimental inmenso…

Si más de una vez hemos experimentado la mala acústica del Teatro de la ciudad de Getafe, en esta ocasión ha sido algo tremendamente desagradable. Si ya oíamos poco a las intérpretes, que por cierto, actuaban con micrófonos de ambiente, el sábado 13 de febrero, con el desfile de las carrozas carnavaleras pasando al lado del recinto… fue algo esperpéntico… mientras en el interior mataban a inocentes presas por pensar diferente… al lado se escuchaba la música alegre y festiva de la fiesta de Don Carnal y Doña Cuaresma… No estaría mal, que cuidaran este aspecto o que al menos, ese día no hubiera habido función.

… Por último reiterar que nada debe hacerse sin pasión, sin implicación emocional, sin corazón, sin alma… pero tampoco hemos de emprender una aventura movidos, exclusivamente, por la fe…

Sofía Basalo.

viernes, 22 de julio de 2011

CONTRAACCIONES. (Marzo 2011)


CONTRAACCIONES.

Teatro Lara.

Autor: Mike Bartlett

Traducción y versión: Lucy Collin.

Dirección: Pilar Massa.

Intérpretes: Pilar Massa y Goizalde Núñez.

EL PRECIO MÁS ALTO…

El teatro tiene una función; una función esencial que pasa por mostrarnos la realidad, por introducirnos de lleno en un espejo cuyos cristales nos traspasen y nos hagan daño, si es preciso.

“Contraacciones” nos hace daño, nos asfixia, nos ahoga como lo hace el sistema que hemos creado concienzudamente con el único fin de destruirnos, de ahogar nuestra maltrecha humanidad entre las garras de unos contratos leoninos redactados por nuestra inconsciencia…

Mike Bartlett, autor británico de tan sólo 30 años, ha escrito un texto de una eficacia absoluta. Cada palabra implica una contradicción, un paso más hacia la deshumanización de Emma (Goizalde Núñez), empleada imprescindible para la empresa que dirige el personaje interpretado por Pilar Massa. En cada reunión, el bisturí verbal de la impersonal jefa va incidiendo sutilmente en la intimidad de Emma. Quiénes son sus amigos, sus compañeros, cómo su carácter es capaz de fomentar un debate o discusión en el seno de la empresa, los actos que puede “perpetrar” con el fin de avanzar en una situación amorosa o sexual, el deseo de respirar el aire que circula más allá de las paredes de la compañía…

La impersonal jefa repite una y otra vez que su único empeño consiste en cuidar de los empleados. La impersonal jefa con una sonrisa neutra, aprendida, casi encajada en cada uno de los rasgos de su cara, repite una y otra vez la pregunta “Hola ¿Cómo estás. Todo bien?”…

La impersonal jefa seguramente una vez fue “Emma”; seguramente una vez quiso “apostar”, “jugar”, “amar”, “vivir”…; seguramente una vez se atrevió a respirar el aire que circula más allá de las paredes de la empresa que en ese momento dirige; seguramente olvidó su nombre y también “qué más había”…

Pilar Massa ha dirigido la puesta en escena de este genial texto. Un despacho impersonal. Una mesa rectangular. Dos sillas y 14 escenas rápidas, como cuchillos, como descargas eléctricas, como disparos de una realidad que mata lentamente el hálito de vida de la joven empleada. Creo que el lenguaje de gestos es algo que la actriz y directora ha tenido muy en cuenta en este trabajo. Los movimientos de cada uno de los personajes. Su sonrisa calculada mientras su cuerpo siempre está echado hacia atrás o con los brazos cruzados sobre el pecho (contradicción absoluta) y sin embargo, cuando pretende convencer a Emma o cuando pretende que demuestre la muerte de su hijo, su cuerpo se acerca, casi como una serpiente, a ella, que ante todo y en ese instante es una madre desolada… Algo que la empresa no puede admitir.

Goizalde Núñez está más que perfecta en la piel de Emma. En cada reunión más apagada, más indefensa, con el alma despedazada… En el camino se ha quedado el pañuelo de color azul que osó mostrar a su jefa en una de sus reuniones, no se dio cuenta de que quizá ese color era sinónimo de vida e indicativo de que algo estaba a punto de “perpetrarse”… Hasta concluir en la más absoluta anestesia… Seguramente, pronto olvidaría su nombre, sus ganas de jugar, a su hijo… Olvidaría lo que hay más allá de los libros de contabilidad…

Tal vez en algún punto sintamos que Mike Bartlett exagera. Sin embargo, no es así. Mike nos avisa. Nos alerta sobre lo que puede ocurrirnos como olvidemos que para ser libres hemos de rebelarnos; como olvidemos el valor que tiene la vida; como olvidemos quiénes somos, como no sepamos ver qué hay más allá de una sonrisa siempre igual y siempre inexpresiva, qué hay más allá de una palabra amable o del ánimo falsamente solidario de un compañero, de cualquier compañero… Mike Bartlett coloca ante nuestros ojos el precio, el alto precio, que casi sin darse cuenta termina pagando Emma… En nuestras manos está cambiar el rumbo de esta deshumanizada realidad…

Sofía Basalo.

viernes, 8 de julio de 2011

SE INFIEL Y NO MIRES CON QUIÉN (Junio 2009)


SE INFIEL Y NO MIRES CON QUIÉN.

Teatro Rialto.

Autores: Ray Cooney y John Chapman.

Dirección: Pilar Massa.

Intérpretes: Jesús Cisneros, Fernando Albizu, Yolanda Aréstegui y Antonio Vico, entre otros.

... NO ES FÁCIL HACER COMEDIA...

Hace treinta y siete años, este vodevil fue estrenado en el antiguo Teatro Maravillas; Pedro Osinaga fue su protagonista durante más de una década, algo impensable, quizá, en nuestros días.

Jesús Cisneros vuelve a recuperar esta comedia cuando se cumplen veinte años de su debut en el Teatro Albéniz con la obra “Con la mosca tras la oreja”. La compañía que dirige el actor ha llevado a cabo una adaptación del texto escrito por Ray Cooney y John Chapman en la que su actualización no se nota tanto en el lenguaje utilizado que, tal vez, sino en diversos comportamientos, diversos gags que si bien provocan la carcajada, no dejan de ser vulgares y carentes de originalidad...

Fernando Albizu me ha comentado que hacer bien la comedia es algo complicado y comparto esta afirmación... Sin embargo, esta compañía consigue hacerla más o menos bien en el segundo acto, justamente cuando el ritmo se acelera, cuando las entradas y salidas de las distintas habitaciones se hacen continuas y los equívocos se alzan como auténticos protagonistas... Mientras tanto, el primer acto es flojo, muy flojo diría. A los intérpretes les cuesta entrar en unos personajes sin energía que, a la postre, en sus respectivas pieles, resultan inanes...

Fernando Albizu es el mejor, con diferencia, dentro de un reparto mediocre y una dirección que sólo adquiere sentido en la segunda parte de una obra dividida en dos actos de forma innecesaria pues nada cambia en el decorado... Nada cambia en los actores que sin interpretar con demasiado entusiasmo sí adquieren el ritmo necesario para levantar una adaptación sin más objetivo que el de pasar el rato y echar unas risas... Objetivos, estos, que están más que cumplidos no ya por el vodevil propiamente dicho que perfectamente podría ser, sino por lo antes apuntado, una actualización que según en qué aspectos raya lo vulgar y en unas caracterizaciones que, sobre todo en el personaje de la asistenta, chirrían... ¿Por qué han dibujado un personaje así? Más que un ser humano del país que sea, se asemeja a un robot... tal es la inverosimilitud que lo determina y lo forzado del trabajo de una actriz que, sinceramente, si disfruta... lo disimula de mil amores.

La maquinaria teatral de la obra es impecable, su construcción infalible, el riesgo abordado por Jesús Cisneros y su compañía, loable... sin embargo, la adaptación es mediocre... se deja ver, a veces... pero nada más...

Sofía Basalo.

viernes, 1 de julio de 2011

EL TIEMPO Y LOS CONWAY. (Febrero 2011)


EL TIEMPO Y LOS CONWAY.

Teatro del Bosque. Móstoles.

Autor: J. B. Priestley.

Versión: Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño.

Dirección y escenografía: Juan Carlos Pérez de la Fuente.

Intérpretes: Luisa Martín, Nuria Gallardo, Alejandro Tous, Juan Díaz, Chusa Barbero, Débora Aguirre, Ruth Salas, Alba Alonso, Román Sánchez Gregory y Toni Martínez.

JUGANDO A VENCER AL TIEMPO…

Juan Carlos Pérez de la Fuente ha destacado en numerosas ocasiones la belleza de un texto que descubrió hace más de treinta años, momento en el que supo que algún día la llevaría a escena. El día ha llegado y podemos asegurar que no ha pasado el tiempo para un texto verdaderamente hermoso y finalmente desgarrador.

La obra del gran dramaturgo inglés arranca en 1919. Ha finalizado la primera guerra mundial. Todo en la familia Conway destila un optimismo que abre las puertas a un futuro próspero. El segundo acto tiene lugar veinte años después. Ese futuro que se auguraba luminoso se conjuga en un presente absolutamente gris. La alegría de la juventud se ha teñido de una fatal madurez. En el tercer acto el tiempo retrocede al punto de origen, cuando los personajes que empiezan a vivir tejen sus sueños, sus planes para un mañana que conocemos, que conoce “Kay” (Nuria Gallardo), un futuro que sabemos, no será posible… Es entonces, cuando el fragmento del poema de William Blake alcanza su máximo significado; cuando comenzamos a caminar seguros por el mundo, sabiendo que el ser humano está hecho de alegría y dolor, sabiendo que bajo cada amargura, la divina alegría coloca suavemente su hilo de seda, ese hilo que nos empuja a vivir aunque tengamos la certeza de que nada será como planeamos…

La propuesta de Juan Carlos Pérez de la Fuente es muy transparente. El director madrileño ha trazado una puesta en escena donde los fondos blancos y grises contrastan con el colorido de los trajes de los intérpretes en el primer y tercer acto; pues en el segundo, el vestuario de los personajes adquiere también una tonalidad oscura. Siempre me gusta analizar lo que Pérez de la Fuente pretende contar con la escenografía. En un primer momento vemos tres relojes (tres actos marcados por el tiempo). Estos tres relojes son tres espejos; de hecho, es en su reflejo donde vemos de una manera directa el transcurso del tiempo, las arrugas emocionales que nos deja la amargura, los sueños incumplidos, el amor que hemos perdido, el libro que intentamos escribir y nunca comenzamos, los proyectos que forjamos en nuestra mente y nunca logramos hacer realidad… Antes de todo ello, y en medio del escenario vemos una especie de “maniquí” que simboliza el reloj vital de Los Conway, movido por la pequeña de la familia, “Carol” (Ruth Salas). Ella lo desplazará en un primer momento para dar comienzo la función en 1919. Ella lo volverá a mover de un modo casi violento y decidido, veinte años después, época que “Carol” no podrá compartir con su familia. Finalmente el tiempo regresa al principio, “Carol” baila una especie de vals con la figura mientras “descaminan” dos décadas de frustraciones y sueños incumplidos. El modo en el que “la niña” mueve ese “reloj vital” quizá también nos hable de lo que les aguarda. El presente es la felicidad, la posibilidad ilimitada de una prosperidad casi segura. El futuro es gris, el amor entre los miembros de esa familia se ha convertido en resentimiento, rencor y pérdida. El regreso a la felicidad, a la posibilidad de que todo sea distinto es siempre hermoso, nos habla de que quizá se produzca un milagro y esos veinte años después sean diferentes…

La escenografía en el segundo acto también nos habla. Las paredes se van inclinando, se van viniendo abajo a medida que el mismo espectador va descubriendo qué ha ocurrido en esa familia. Qué ha pasado con ese joven que iba a ser el más feliz de la familia. Qué ha pasado con esa mujer luchadora y feminista que iba a dirigir el colegio, en el que ahora es una simple maestra. Qué ha pasado con Kay, con su libro, con sus poéticos sueños, encerrados en las crónicas periodísticas e intrascendentes de una reportera. Qué ha pasado con el héroe de guerra convertido en un maltratador, en un vividor, incapaz de ser un hombre…

Luisa Martín da vida a La señora Conway, en un trabajo fantástico, sobre todo en el segundo acto; donde todo en ella destila una verdad desgarradora. Nuria Gallardo es “Kay”, magnífica como es habitual; también en ella la verdad traspasa el escenario hasta llegarnos a lo más hondo … quizá porque el tiempo y sus sentencias no nos son ajenas.

Tal vez, nos cueste entrar en el salón de los Conway durante el primer acto. Sin embargo entramos de lleno en el segundo para quedarnos incluso más allá del acto final.

El reparto es un tanto desigual. Vuelvo a destacar a Luisa Martín y a Nuria Gallardo. Ellas dos están magníficas. El resto no está mal, si bien sus voces no siempre se oyen de una manera satisfactoria.

Por lo demás, felicitar nuevamente a Juan Carlos Pérez de la Fuente por su arriesgada iniciativa, a cambio, me permito hacerle otra pregunta, no sé si tan “obscena” como la que nos formula en el programa de mano: ¿Qué es la felicidad?.

Sofía Basalo.