sábado, 6 de diciembre de 2008

SOLAS. (Marzo 2006)




Basada en la película de Benito Zambrano.

Adaptación teatral: Antonio Onetti.
Director: José Carlos Plaza.
Intérpretes: Natalia Dicenta, Lola Herrera, Carlos Álvarez-Nóvoa, Idilio Cardoso, Aníbal Soto, Eduardo Velasco, Chema del Barco, Marga Martínez, Marina Hernández y Darío Galo.

Teatro Albéniz.

UN POEMA SOLITARIO... Y SOLIDARIO.


No había visto la película. Me enfrentaba a esta historia de soledades, malos tratos y sueños incumplidos sin ninguna idea preconcebida... Aunque resulta inevitable sustraerse a los comentarios de otras personas que sí la vieron y quedaron prendados de la cruda belleza de esta película que, siete años atrás, dirigió Benito Zambrano y protagonizaron María Galiana, Ana Fernández y Carlos Álvarez-Nóvoa.
Resulta inevitable buscar los primeros planos, los espacios que sí tienen cabida en el cine y que en un escenario, en cierta medida, se han de imaginar... Resulta inevitable la, tan injusta, comparación... Yo lo hice después, porque después vi la película... Tal vez el rostro de María Galiana puede albergar un dolor más intenso, más encallecido... tal vez, esos primeros planos nos muestran de un modo más directo la frustración, la impotencia y, ¿por qué no? La esperanza... tal vez se echa de menos algún que otro personaje, que recibe las caricias que una mujer hubiera dado a ese anciano solitario, capaz de abandonar sus principios para no dejar sola a una joven llena de miedos y desesperanzas... tal vez... pero la puesta en escena dirigida por José Carlos Plaza ha conservado la esencia de tres seres que esperan, mientras sobreviven, arrastrando un pasado doloroso; ha conservado la ternura de un amor tardío, depositado eternamente en una despedida inevitable; ha conservado el anhelo de una palabra, de una frase, de una voz que le asegure a esa joven, que no ha tenido tiempo para ver todo lo que le puede ofrecer la vida, que mañana puede ser mejor, que mañana estará acompañada por un hombre maravilloso, aunque sea un poco mayor... ha conservado la fuerza necesaria para mostrarnos el temor, la tristeza, la resignación, lo injusto del maltrato... el eco infinito de la infelicidad, en un presente sostenido, a duras penas, por unos afectos de plástico, por la maquillada mentira de una alcoholizada y generosa realidad, por la imperiosa necesidad de un abrazo... Todo ello está, en una obra de teatro concebida perfectamente. Los distintos espacios se mezclan y se suceden con una facilidad magnífica. Quizá, algunas acciones que se podrían considerar secundarias, tienen en esta puesta en escena un primer plano... Yo no lo considero así, porque esos accesorios son, en cierto modo, el punto de partida del presente y del futuro próximo de esa joven de treinta y cinco años; esos accesorios, son el porqué del cambio de actitud de esa mujer hacia un hombre bueno... cuyo nombre sólo conocemos al final... esos accesorios son tan importantes como lo que ocurre dentro de esa casa... de esas casas...
En esta ocasión los tres protagonistas son Natalia Dicenta, Lola Herrera y, repitiendo personaje, Carlos Álvarez-Nóvoa.
Los tres ponen sobre el escenario esa cruda realidad, esa rara solidaridad que extiende sus cálidos brazos desde una anónima ternura, ese compromiso con un presente que se hace eterno... porque eterna es la voz del maltratador que se cree con un derecho adquirido sobre “algo suyo”... cuando jamás lo fue tan ajeno...
Lola Herrera y Carlos Álvarez-Nóvoa nos regalan los momentos más tiernamente desesperanzados; por su parte, Natalia Dicenta tiene en sí el papel más duro y más doloroso... Aunque de su voz nos llega ese final, conjugado en futuro perfecto, que nos advierte de que todo puede ser posible, “mientras ( y tomando una frase que ese anciano solitario le dice a su perro... en la película) Dios nos regale un nuevo día, una nueva oportunidad para descubrir que la vida siempre está por hacer... para descubrir que, realmente, no estamos tan solos...”

Sofía Basalo.

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