domingo, 21 de diciembre de 2008

AY CARMELA (Abril 2006)




Teatro Auditorio Federico García Lorca. Getafe.


Autor: José Sanchis Sinisterra.
Dirección: Miguel Narros.
Intérpretes: Verónica Forqué y Santiago Ramos.

VEINTE AÑOS NO ES NADA...

Carmela y Paulino son dos artistas. Dos perdedores... En una guerra todos pierden... En medio de esta contienda, ellos continúan trabajando, continúan recorriendo los pueblos “atrapados por la marea roja”... continúan recorriendo la España republicana... Una noche cruzan la frontera y son capturados. Los militares fascistas descubrirán pronto, su profesión y les encomendarán una misión humillante y ruin.
Carmela (Verónica Forqué) y Paulino (Santiago Ramos) son conscientes del público al que va a ir dirigida su actuación... la dignidad profesional y humana, el miedo, el sometimiento, el valor, la pasión, la sensibilidad más allá de cualquier ideología que, también, la hay, serán los elementos que lleven de la mano a nuestros dos protagonistas hacia un final, quizá, esperado.
Carmela es fusilada. Paulino continúa viviendo en el color de una camisa que no le sienta bien y que no tiene más remedio que abrazar.
La obra escrita por José Sanchis Sinisterra comienza con el reencuentro de ambos... en un escenario todo es posible, decía Peter Brook. En el escenario vacío y desangelado del Teatro Goya, ese encuentro es posible... como lo son esa charla llena de humor, esa antesala celestial en la que todos se preguntan dónde está San Pedro; ese poema dedicado por el escritor ya borroso, por el tiempo, cuyo cuerpo agujereado la abraza y la saluda sonriente, preguntándole “Paisana, cómo tú por aquí...”; ese membrillo, cuyo sabor se ha quedado en el presente austero y terrenal de un país herido y moribundo... Todo es posible en ese teatro donde duermen los recuerdos tricolores de un hombre que quería ser cantante lírico, que aprendió a hablar italiano y que lo ha perdido todo... No le queda nada más que una vida de rodillas y silencios...
¿Quién pierde más, cuando la vida y la dignidad se miran, cara a cara, en un duelo excluyente: Aquel que decide ser libre (aquella en este caso), que decide caminar a través del sendero que el corazón le indica, que decide mirar a los ojos a sus semejantes, cobrando así, el valor suficiente para mirarse a sí misma... o aquel que decide sobrevivir, que no se cuestiona la humillación, que decide no escucharse, para no borrar de sus ojos los dictados injustos de un ser miserable... aquel que somete su libertad a la rutina incolora de un día a día alienante... aquel que opta por exiliarse de sí mismo para, al menos, poder respirar...?
Paulino es el perdedor de esta obra... aunque lo único que tengamos sea la vida... aunque ella esté muerta y no pueda sentir en su piel el tacto de un beso... Paulino es el perdedor de esta obra, porque esa noche se perdió a sí mismo, al degradar lo más valioso que posee, su persona, por un sometimiento cobarde y, a pesar de todo, comprensible...
“¡Ay Carmela!” es una de las mejores obras, uno de los mejores textos contemporáneos que tiene nuestro teatro. Por él pasa el tiempo, pasan las funciones, dejando en sus páginas la caricia dulce y sutil de la memoria, la mirada emocionada y conmovida de varias generaciones que han podido ver, que hemos podido ver, junto a Carmela a ese público, más allá de las butacas, más allá de las fronteras geográficas y lingüísticas... Varias generaciones que se han visto a sí mismas en los ojos de esa mujer que, envuelta en una bandera, es capaz de dejar sobre el escenario su dignidad, más alta, más fuerte que cualquier disparo atronador que pretenda matar lo que, a fin de cuentas, resulta ser eterno...
Verónica Forqué vuelve a ser Carmela, en un círculo mágico y emocionante. Santiago Ramos es Paulino. Ambos, dirigidos por Miguel Narros, llevan a cabo un trabajo magnífico, extraordinario. Nos hacen reír, casi llorar, en unas interpretaciones muy cómplices, muy compenetradas, en las que hacen fácil lo difícil..
Verónica Forqué me dijo que “su escena” es el reencuentro de Carmela con Paulino, en ese escenario donde todo es posible... Yo no podré olvidar ese final. Esa mirada conmovida de Carmela hacia un patio de butacas lleno... de vida... Ese empeño, esa preocupación maternal, porque aquellos jóvenes pudiesen aprender a pronunciar el nombre extraño del lugar, en el que un mal día, unos fascistas tomaron la triste y vergonzosa decisión de robarles la vida....

Sofía Basalo.

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