jueves, 29 de marzo de 2012

LAS CINCO ADVERTENCIAS DE SATANÁS (Septiembre 2011)


LAS CINCO ADVERTENCIAS DE SATANÁS.

Teatro Marquina.

Autor: Enrique Jardiel Poncela.

Dirección: Mara Recatero.

Intérpretes: Pep Munné, Andoni Ferreño, Nuria Benet, Juan Lombardero, Nicolás Romero, Susana Lois, Aloma Romero y Gemma Cáceres.

... A VUELTAS CON JARDIEL...

En esta ocasión Gustavo Pérez Puig aborda como productor, uno de los proyectos más complicados de los últimos años. Así escribe el director madrileño.

Un proyecto de su dramaturgo preferido, Enrique Jardiel Poncela. Un proyecto con el que recupera una de las obras menos representadas del autor. Un proyecto caro, según añade, porque requiere un gran número de actores, tres decorados, efectos de iluminación, efectos musicales y vestuario de los años treinta. Un proyecto teatral en cuyo texto se aprecia un equilibrio, una ponderación de tonos, una calidad de diálogo repleto de intencionadas frases, giros, paradojas, ingeniosas acrobacias en la curva ascendente y descendente del humor, de lo emotivo y de lo escéptico... En definitiva, para Gustavo Pérez Puig y para muchos “jardielistas” “Las cinco advertencias de Satanás” es una obra maestra.

Me gustaría que alguno de estos “fans” me explicase esas acrobacias, esas paradojas... Pues una servidora únicamente alcanza a ver una obra de teatro costumbrista, un tanto machista, mojigata, que presenta a unos personajes estereotipados y por la que ha pasado demasiado tiempo... Tanto que incluso podría ser aún más radical afirmando que obras como ésta, en la actualidad, no tienen lugar, entre otras cosas porque no tienen razón de ser.

Ello no me impide reconocer el buen hacer de los actores, que en esta ocasión defienden con solvencia el texto y el planteamiento de una directora hecha a estas lides. Una directora que, por otra parte, tampoco nos ofrece nada nuevo. El público que va a ver un proyecto teatral puesto en pie por la pareja formada por Pérez Puig y Mara Recatero, sabe de antemano que sobre el escenario verá algo que lo trasladará a tiempos pasados, a épocas pretéritas... Obligándonos a adoptar posiciones morales pasadas, añejas, retrógradas e incluso reaccionarias...

“Las cinco advertencias de Satanás” no es lírica (al menos una servidora no ve el lirismo por ninguna parte), a veces resulta pesada, lenta, sin gracia... Eso sí, no exenta de diversos aforismos del ingenioso autor, al que le gustaba también crear chistes con un alto y humillante contenido machista...

En definitiva, aprobamos al elenco artístico, no así a la pareja empeñada en defender la altura literaria y la vocación clásica de un autor que fue muy popular, que tuvo un gran éxito en una época... Que, desde luego, no es ésta.

Sofía Basalo.

miércoles, 14 de marzo de 2012

HISTORIAS DE UN KARAOKE (Noviembre 2011)


HISTORIAS DE UN KARAOKE.

Teatro Bellas Artes.

Autores: Juan Luis Iborra y Antonio Albert.

Dirección: Juan Luis Iborra.

Intérpretes: Elisa Matilla, Juanjo Artero, Ángel Pardo y Pepa Rus.

PENTAGRAMAS EMOCIONALES.

El Karaoke es la tabla de salvación de cuatro personas desesperanzadas, de cuatro personas para las que la vida ha agotado toda posibilidad de redención, de cuatro personas ahogadas en sus recuerdos, en sus complejos, en sus traumas, en sus heridas.

La música en sí, puede liberarnos, puede cambiar el color de nuestro propio paisaje, puede llevarnos al otro lado, a esa orilla en la que todo puede volver a comenzar, en la que todo lo anterior puede borrarse o quedar diluido en una espesa nebulosa que casi agradecemos.

La música puede devolvernos por un instante el amor que perdimos una vez. La música puede devolvernos durante tres minutos, la identidad que en una época pretérita acompañó nuestros pasos. La música puede abrirnos la puerta a un mundo nuevo, a la libertad o también a la sumisa afirmación que nos recuerda que todo sigue más o menos igual... Esas muletas emocionales son buscadas quizá, por los cuatro personajes de esta comedia. Unas muletas que en forma de karaoke les ayudan a caminar, a seguir andando en un círculo vicioso, en un círculo del que difícilmente podrán salir...

Es cierto que la ironía y el humor están presentes en el local que dirige Raúl (Ángel Pardo). Es cierto que la sonrisa es continua en la hora y media que dura esta comedia. Pero también es cierto que la infelicidad planea en las luces intermitentes de una bombilla que pretende decirnos que el amor de una forma fugaz, o de una forma perenne, puede estar ahí donde menos lo imaginamos... Si bien, nuestros personajes no saben verlo, no saben vivirlo, no saben mantenerlo... Como puede ocurrirnos a nosotros mismos...

Juan Luis Iborra y Antonio Albert han pretendido seguir la estela del éxito que obtuvieron con “Mentiras, incienso y mirra”; de hecho, dos de sus intérpretes (Elisa Matilla y Ángel Pardo) son protagonistas de las historias desesperanzadas que salen a la luz en el Karaoke del que es dueño el segundo.

A Matilla y Pardo, acompañan en esta ocasión, Juanjo Artero y Pepa Rus. Esta última se lleva el mayor número de aplausos en su peculiar versión de “La vida sigue igual”. Ángel Pardo, por su parte, hace una interpretación magnífica de “Libre” uno de los grandes éxitos de Nino Bravo; Sin embargo, estos cuatro capítulos musicales pueden considerarse secundarios (seguramente porque no todos pueden “afinar” con mucho acierto), en una propuesta que no tiene mayor pretensión que la de hacer pasar un buen rato, que la de decirnos que lo importante es resistir los envites de la vida, resistir los golpes de mala suerte. Una propuesta que nos asegura que todo aspecto negativo puede tener, si lo buscamos, un lado positivo que nos ayude a vivir con o sin canción, con o sin pentagrama... En el que columpiar nuestras frustraciones.

Sofía Basalo.

sábado, 3 de marzo de 2012

AFTERPLAY (Diciembre 2006)


AFTERPLAY.

Sala pequeña del Teatro Español.

Autor: Brian Friel.
Director: José Carlos Plaza.
Intérpretes: Blanca Portillo y Helio Pedregal.



RETRATO DE DOS SOLEDADES.


Poco a poco se va haciendo la luz en la sala pequeña del Teatro Español. Mientras tanto, en la penumbra, llegan al espectador las voces de distintos personajes que quedaron atrapados en las páginas cerradas de un libro, de dos libros. Las quejas de una joven que vio cómo el amor se le escapaba de sus días mientras optaba por esperar... Los gritos de dos hermanas que depositaron un sueño irrealizable en la voluntad cansada de un hermano sin un sueño por soñar... las voces se alejan. Dan paso a la débil voz de un violín... en una gélida mañana... ante el espectador, a través de una luz velada, de foto antigua, una mujer sentada ante una mesa repleta de papeles añejos. A su lado, lejos aún, un hombre abrazado a un violín. Ambos en silencio. Cesa la música. El espectador abre un nuevo libro. Aquel que hace posible el encuentro, veinte años después, de dos seres que quedaron atrapados en el inconcluso final de dos historias. Ella es Sonia, sobrina de Tío Vania. Él, Andrei, casado con Natasha... solo ya. ¿Qué ha sido de ellos. Qué es de los personajes de un libro. Qué es de sus esperanzas, de sus ganas de luchar, de sus ansias por vivir, de las ganas de ser feliz que descubrimos en sus ojos aquella vez que nos atrevimos a adentrarnos en su finito mundo... Qué es de su soledad?
Él, Andrei, (Helio Pedregal) se aproxima a la mesa que ocupa Sonia (Blanca Portillo) con una familiaridad que le extraña. De nuevo se presentan, recuerdan la noche anterior, ella cae en la cuenta... y una noche más, crece en el ambiente de ese desconocido café la necesidad del otro, la perentoria urgencia de la compañía, de la confesión, de la palabra, de la mirada que, a su vez, nos mira, nos acierta a ver y nos comprende... aunque la excusa sean unos sabañones, unos árboles, abedules, para más señas... una noche en el magnífico teatro de la ópera... escuchando La Bohème... de Puccini... un puñado de frágiles mentiras, una espera condenada a no terminar nunca... ¿qué importan las excusas? Son dos soledades que se hacen compañía en un lugar y un tiempo indeterminados. Un lugar y un tiempo en los que todo puede ser...
Pocas veces, muy pocas veces se le da la oportunidad al espectador de conocer las vidas posteriores de dos personajes de ficción que quedaron truncadas, abiertas, inconclusas en el final de una obra. Esto es lo que ha hecho Brian Friel, imaginando una conversación entre dos personalidades creadas por el escritor ruso Anton Chejov. La intimidad de la situación se ve potenciada por el recinto teatral en el que se vive cada tarde el encuentro emocionado de estos dos seres, personajes a los que desde un principio les habita una conmovedora humanidad que va asomando poco a poco, de forma pausada, en un perfecto ejercicio de contención... La desesperanzada espera de Sonia, la necesidad de ser amada, el valor infinito de una partitura cuyos ecos llevaron a Andrei ante el rostro de su hijo, el calor imperceptible de una caricia que se escapa involuntaria entre las risas provocadas por una tontería, capaz de elevarnos hasta una momentánea felicidad que nos hace escapar de ese algo ansiado y cada vez más lejano... Todo en esta propuesta nos invita a sentirnos testigos privilegiados de este encuentro. El texto revestido de una sensibilidad exquisita. La dirección llevada a cabo por José Carlos Plaza creando ese ambiente de película antigua, lejana, intemporal... eterna... La interpretación de dos grandes de la escena, en un duelo dificilísimo, donde dejan buena muestra de su total implicación con los seres a los que dan vida.
Concluye la noche. Sonia habrá de tomar el tren... nada hay que la retenga en Moscú... en un momento de pasión quizá, le propone a Andrei que vuelvan a verse, le propone a Andrei la posibilidad de mantener la comunicación... le dice que le escriba... intercambian sus direcciones... Él contagiado por la esperanza de Ella, comienza la carta... Sonia regresa a la mesa que anteriormente ocupó... le dice que no le escriba. Sería inútil, añade... nunca volveremos a encontrarnos... se conforma con las migajas de un amor soñoliento y cansado... la luz se atenúa... Él piensa en sus palabras... pero sigue escribiendo la carta... Un final desazonador quizá... pero, quién sabe si esas palabras se las dijo Sonia a sí misma... para no comenzar una nueva espera... quién sabe si esas palabras esconden la desesperada urgencia de esa carta... Él es ”tan efervescente” que quizá se vuelva perezoso y se encierre en su presente gris... quién sabe si la esperanza que ha nacido en ese músico... es la activa espera del que se afana por provocar la llegada de lo esperado...
”Afterplay” es, sin duda, una de esas pequeñas grandes joyas que de vez en cuando descubrimos en la cartelera Madrileña... o de cualquier otro lugar... es, una de esas pequeñas grandes joyas que te llaman, que te invitan a compartir la inigualable aventura del Teatro... con mayúsculas, por supuesto.


Sofía Basalo.

jueves, 1 de marzo de 2012

PREGÚNTAME POR QUÉ BEBO (Abril 2005)

PREGÚNTAME POR QUÉ BEBO.

Teatro Arlequín.

Autor: Juan Carlos Ordóñez.

Director: Jesús Cracio.

Intérpretes: Ramón Langa y Juan Polanco.

… PORQUE ME GUSTA.

Por enésima vez, se llena el eterno recipiente. Los labios de alguien se acercan ávidos en busca del infalible elixir que lo conducirá hacia el paraíso.

Le gusta no sentirse. No encontrarse en el asfixiante día a día, en la incolora cotidianeidad, en su insípido ser. Le gusta desembarazarse de sus palabras, de sus reiterados fracasos, de sus envidias insanas. Le gusta imaginar que dormirá cobijado en los brazos de alguien, arrullado por el canto dulce de alguien, arropado en los labios generosos de alguien. Le gusta alzar el telón, cada tarde, para convertirse en el auténtico protagonista de un cuento maravilloso. Le gustan los finales felices aunque, para ello, tenga que beberse de un trago el planteamiento y el nudo de ese cuento. Le gusta no saberse él, aunque a la mañana siguiente se sepa y no se reconozca.

Después de algunos años regresa a la cartelera madrileña el excelente y “falso” monólogo, escrito por Juan carlos Ordóñez: “Pregúntame por qué bebo”.

De nuevo, Ramón Langa, se convierte en Adriano Alaya; el fracasado hombre de negocios, vestido de éxito y desnudo de autoestima.

El escenario del Teatro Arlequín abre las puertas y se transforma en el confesionario inmejorable de nuestro protagonista: “La Chabola”, el bar al que, cada noche, puntuales, aterrizan los sueños de este “borracho ilustrado”. El bar donde lo espera cansado a veces, entristecido siempre, “Luisito” (Juan Polanco), el mudo camarero. El personaje más difícil, más sufrido y, en su momento, más cruel y contundente.

Ramón Langa se sumerge en las entrañas de un rol complicado y tremendamente rico. El humor inteligente y la amargura que subyace en sus palabras, cobran, en la interpretación de Langa una fuerza y una veracidad casi hirientes. Éste es el valor de su interpretación. La mesura y el ir más allá del “típico borracho” gracioso y payaso, en ocasiones, para presentarnos a un hombre solo; incapaz de mirarse a sí mismo e incapaz de ser quien fue una vez… Quizá no se gustase demasiado.

La cruda realidad que nos presenta este montaje, es el valor que ha hecho posible su regreso a los escenarios de nuestra capital.

“Porque me gusta” es una de las muchas respuestas que Adriano Alaya pronuncia esa noche, ante la indiferencia, aparente, de Luisito. Una respuesta que emerge del nirvana alcohólico en el que ese hombre de negocios logra olvidar sus promesas, su soledad, su indefensión y su teléfono móvil…

Sólo dos palabras bastarán para devolverlo al mundo real, a su reflejo oscuro, nebuloso y gris: “Hasta mañana”.

El mudo camarero ha hablado. El escenario ya está oscuro. Fin del viaje. Ya no habrá respuesta alguna para esa impertinente pregunta…

Sofía Basalo.