EL TIEMPO Y LOS CONWAY.
Teatro del Bosque. Móstoles.
Autor: J. B. Priestley.
Versión: Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño.
Dirección y escenografía: Juan Carlos Pérez de la Fuente.
Intérpretes: Luisa Martín, Nuria Gallardo, Alejandro Tous, Juan Díaz, Chusa Barbero, Débora Aguirre, Ruth Salas, Alba Alonso, Román Sánchez Gregory y Toni Martínez.
JUGANDO A VENCER AL TIEMPO…
Juan Carlos Pérez de la Fuente ha destacado en numerosas ocasiones la belleza de un texto que descubrió hace más de treinta años, momento en el que supo que algún día la llevaría a escena. El día ha llegado y podemos asegurar que no ha pasado el tiempo para un texto verdaderamente hermoso y finalmente desgarrador.
La obra del gran dramaturgo inglés arranca en 1919. Ha finalizado la primera guerra mundial. Todo en la familia Conway destila un optimismo que abre las puertas a un futuro próspero. El segundo acto tiene lugar veinte años después. Ese futuro que se auguraba luminoso se conjuga en un presente absolutamente gris. La alegría de la juventud se ha teñido de una fatal madurez. En el tercer acto el tiempo retrocede al punto de origen, cuando los personajes que empiezan a vivir tejen sus sueños, sus planes para un mañana que conocemos, que conoce “Kay” (Nuria Gallardo), un futuro que sabemos, no será posible… Es entonces, cuando el fragmento del poema de William Blake alcanza su máximo significado; cuando comenzamos a caminar seguros por el mundo, sabiendo que el ser humano está hecho de alegría y dolor, sabiendo que bajo cada amargura, la divina alegría coloca suavemente su hilo de seda, ese hilo que nos empuja a vivir aunque tengamos la certeza de que nada será como planeamos…
La propuesta de Juan Carlos Pérez de la Fuente es muy transparente. El director madrileño ha trazado una puesta en escena donde los fondos blancos y grises contrastan con el colorido de los trajes de los intérpretes en el primer y tercer acto; pues en el segundo, el vestuario de los personajes adquiere también una tonalidad oscura. Siempre me gusta analizar lo que Pérez de la Fuente pretende contar con la escenografía. En un primer momento vemos tres relojes (tres actos marcados por el tiempo). Estos tres relojes son tres espejos; de hecho, es en su reflejo donde vemos de una manera directa el transcurso del tiempo, las arrugas emocionales que nos deja la amargura, los sueños incumplidos, el amor que hemos perdido, el libro que intentamos escribir y nunca comenzamos, los proyectos que forjamos en nuestra mente y nunca logramos hacer realidad… Antes de todo ello, y en medio del escenario vemos una especie de “maniquí” que simboliza el reloj vital de Los Conway, movido por la pequeña de la familia, “Carol” (Ruth Salas). Ella lo desplazará en un primer momento para dar comienzo la función en 1919. Ella lo volverá a mover de un modo casi violento y decidido, veinte años después, época que “Carol” no podrá compartir con su familia. Finalmente el tiempo regresa al principio, “Carol” baila una especie de vals con la figura mientras “descaminan” dos décadas de frustraciones y sueños incumplidos. El modo en el que “la niña” mueve ese “reloj vital” quizá también nos hable de lo que les aguarda. El presente es la felicidad, la posibilidad ilimitada de una prosperidad casi segura. El futuro es gris, el amor entre los miembros de esa familia se ha convertido en resentimiento, rencor y pérdida. El regreso a la felicidad, a la posibilidad de que todo sea distinto es siempre hermoso, nos habla de que quizá se produzca un milagro y esos veinte años después sean diferentes…
La escenografía en el segundo acto también nos habla. Las paredes se van inclinando, se van viniendo abajo a medida que el mismo espectador va descubriendo qué ha ocurrido en esa familia. Qué ha pasado con ese joven que iba a ser el más feliz de la familia. Qué ha pasado con esa mujer luchadora y feminista que iba a dirigir el colegio, en el que ahora es una simple maestra. Qué ha pasado con Kay, con su libro, con sus poéticos sueños, encerrados en las crónicas periodísticas e intrascendentes de una reportera. Qué ha pasado con el héroe de guerra convertido en un maltratador, en un vividor, incapaz de ser un hombre…
Luisa Martín da vida a La señora Conway, en un trabajo fantástico, sobre todo en el segundo acto; donde todo en ella destila una verdad desgarradora. Nuria Gallardo es “Kay”, magnífica como es habitual; también en ella la verdad traspasa el escenario hasta llegarnos a lo más hondo … quizá porque el tiempo y sus sentencias no nos son ajenas.
Tal vez, nos cueste entrar en el salón de los Conway durante el primer acto. Sin embargo entramos de lleno en el segundo para quedarnos incluso más allá del acto final.
El reparto es un tanto desigual. Vuelvo a destacar a Luisa Martín y a Nuria Gallardo. Ellas dos están magníficas. El resto no está mal, si bien sus voces no siempre se oyen de una manera satisfactoria.
Por lo demás, felicitar nuevamente a Juan Carlos Pérez de la Fuente por su arriesgada iniciativa, a cambio, me permito hacerle otra pregunta, no sé si tan “obscena” como la que nos formula en el programa de mano: ¿Qué es la felicidad?.
Sofía Basalo.