Teatros del Canal.
Autora: Mary Shelley.
Dirección: Gustavo Tambascio.
Versión: Sarah Wallace.
Intérpretes: Raúl Peña, José Luís Salcedo, Javier Botet, Natalia Hernández, Eduardo Casanova, Nerea Moreno, Javier Ibarz, Emilio Gavira y Mario Sánchez.
Músico: Álvaro Alvarado.
… CUANDO LOS ERRORES SON EVITABLES…
Como le pasó al Conde Drácula, Frankenstein también fue víctima de la vulgarización y la simplicidad. Las películas de los años treinta y cuarenta, protagonizadas por Boris Karloff o la rematadamente disparatada y más reciente “El jovencito Frankenstein” interpretada por Gene Wilder, distan mucho de lo que quiso contarnos Mary Shelley. Tal vez la única muestra cinematográfica realmente fiel al texto original haya sido la que nos mostraba a una criatura a la que daba vida Robert de Niro y a un joven y apasionado estudiante de medicina interpretado por Kenneth Branagh; corría el año 1994. Esa película sí se adentraba en la ciencia, en los debates morales, en los límites de la práctica de la medicina, en la posibilidad de dar vida a una materia inerte. En la lucha por la supervivencia, en la soledad, en la indefensión de una criatura que ve la luz y cómo su padre rechaza su presencia, la desolación de una criatura que a través de los libros comprende al ser humano y se desilusiona al descubrir su incongruencia… La adaptación realizada por Sarah Wallace y dirigida por Gustavo Tambascio es fiel al espíritu original de la novela y aún más, al introducir debates filosóficos, académicos, políticos incluso, que se mantienen en nuestros días y que resultarían sumamente interesantes sino fuese por la duración excesiva de un montaje que podría haberse abordado de otro modo.
El director argentino ha dispuesto el escenario en el centro de la sala verde de los Teatros del Canal. El público rodea ese espacio de tal modo que la acción, desarrollada de forma independiente en los distintos rincones de ese cuadrilátero, no se ve ni se oye igual si te sitúas en un lado o en otro; con lo que según dónde te sientes, verás perfectamente por ejemplo, la resucitación de la criatura y a duras penas, los momentos en familia de los Frankenstein. De igual modo, como en alguna ocasión tenemos al músico al lado, tampoco se llega a escuchar del todo lo que dicen los intérpretes… En definitiva, la forma de concebir la escenografía, el modo de contar esta novela es muy deficiente; algo que acentúa su excesiva duración, convirtiendo en un elemento más que accesorio, la recreación de una película o algunos de los filosóficos debates, sobre todo en la segunda parte.
“Frankenstein o el moderno Prometeo” tiene escenas memorables, como la inicial aparición de la escuálida criatura, desnuda, frágil, gigantesca, interpretada por Javier Botet. Esta escena es verdaderamente impresionante, sin embargo la recreación de su huida, su alfabetización nos queda lejos y aún así también son escenas muy logradas. A la inversa les resultaría a aquellos que se situasen en la grada contraria, no verían cómo esa criatura intenta ponerse en pie a duras penas, sus primeros y tambaleantes pasos, la expresión de su rostro ante la marcha de su creador… Verdaderamente, la concepción formal supone un craso error, en un montaje que, en el fondo, está lleno de aciertos. Aciertos que provienen del buen trabajo de la mayoría de sus intérpretes.
El desdoblamiento del protagonista es sobresaliente. Ambos llevan a cabo el mejor trabajo interpretativo de la obra. Raúl Peña resulta demasiado exaltado, demasiado apasionado, debe acabar exhausto tras las tres horas de duración del espectáculo. El resto del elenco es notable… si bien, la nota global no supera el cinco.
Sofía Basalo.