viernes, 19 de diciembre de 2008

NOVECENTO. (Mayo 2006)



Teatro Galileo.

Autor: Alessandro Baricco.
Dirección: José A. Ortiz.
Intérprete: Ricardo Luna.
Piano: Alberto Paz.
Compañía de Teatro Ñaque.


VALÍA LA PENA CONTARLO.

Lo que se descubre en los ojos de la gente, de un niño, de la persona amada, del ser que te mira con curiosidad, no es aquello que ha visto, aquello que ha vivido, aquello que ha amado, ni tan siquiera aquello que ha soñado. Lo que se descubre en los ojos de la gente es aquello que vendrá, aquello que verá, aquello que será presente en un futuro próximo, aquello que será hoy en un mañana venidero... ¿Qué vio Danny Boodman T.D. Lemon Novencento en los ojos de los pasajeros del trasatlántico Virginian durante toda su vida? Yo creo que no vio nada. Creo que buscó a lo largo de su vida ese impulso que le invitara a vivir fuera de los brazos cálidos de un barco, de su barco; creo que buscó una vida más rica lejos de la húmeda caricia del mar; creo que buscó ese paisaje cercano que llega hasta nuestros labios, hasta sus labios, más allá de una mirada contemplativa desde el otro lado del horizonte; quizá buscó la belleza que intuía en aquello que nunca vio, y fue en su mente, en su imaginación, en sí mismo.
No encontró nada. No vio nada. Al bajar las escaleras, una inmensidad asfixiante, agobiante, abrumadora y gris le habló... tal vez ni le habló; amenazó con quedarse con sus sueños, con su capacidad para sentir, para ser... tuvo ante sí a esa gente y la vio sumida en un todo impersonal, autómata e irremediablemente alienante. ¿Somos nosotros mismos en nuestra cotidianidad. Podemos Ser en el enjambre anónimo de una inmensa ciudad atrapada en el tiempo, en los minutos, en las decisiones ajenas que se autocalifican nuestras. No es lo que nos rodea algo demasiado grande para, en su inmensidad, sentirnos como seres humanos, como personas. No es el mundo algo desmedido para alguien tan pequeño como un ser humano...?
Novecento no fue cobarde, podría entenderse que, en cierto modo, sí lo fue. ¿No nos enfrentamos cada día al mundo?... ¿Por qué él no?... Él renunció al Todo, para tenerse a sí mismo. ¿No es más cobarde sumergirse en el interior de una sociedad alienante, para no tener que enfrentarse a uno mismo. No es más cobarde quien no se mira, para, de este modo, no tener la oportunidad de verse...?
Novecento quiso seguir siendo persona hasta el final, hasta el momento en el que el trasatlántico Virginian no pudo continuar su baile con las olas, bajo la luz de las estrellas...
La compañía de Teatro Ñaque ha tomado este maravilloso cuento para ser narrado en voz alta y lo ha hecho de un modo exquisito.
Ricardo Luna está espléndido en una interpretación llena de matices. Es ese amigo inseparable del mejor pianista del mundo, es ese compañero que en un momento dado, necesita regalarnos el recuerdo de una persona diferente que, de una manera u otra, logró hacerle diferente a él, es ese camarada que guarda en su memoria la mirada más intensa, la última mirada de aquél que una vez prefirió marcharse, a ser eternamente Nada, en un mundo que no es capaz de valorar la vida; es ese pianista abrazado a su hogar, mirando eternamente la belleza de un país al que nunca arribará, haciendo suya la belleza de un país al que nunca llegaremos aunque respiremos su mismo aire.
Este montaje, sencillo y hermoso, tiene momentos de una intensidad lírica conmovedora. Quizá todo él, es un poema, un canto a la libertad, suave, sutil y mágico.
El pianista de nuestro particular barco teatral, Alberto Paz, está notablemente inspirado. Consigue dotar a cada atmósfera de un sabor nostálgico y sentimental absoluto; viste los recuerdos, las palabras, la voz del actor en una partitura muy dulce, muy evocadora...
“Novecento” es pues, un cuento hermoso, envuelto, en una puesta en escena muy cuidada, muy mimada. Un regalo maravilloso capaz de mantener y conservar su singularidad, su particularidad, su identidad más allá del eco suavemente húmedo de una leyenda con sabor a mar.

Sofía Basalo.

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